En el umbral de 2025, la Inteligencia Artificial (IA) está redefiniendo sectores completos, desde la manufactura hasta el entretenimiento. Las expectativas sobre esta tecnología no sólo abarcan avances tecnológicos, sino también un impacto sin precedentes en la economía global y la sociedad.
En las siguientes líneas exploraremos las expectativas, los usos y actores clave de la IA en el año que recién comienza; asimismo, reflexionaremos sobre si el límite de sus capacidades está cerca.
Los usos de la IA abarcarán todo tipo de aplicaciones a lo largo de distintos sectores económicos. A continuación, se presentan los más destacados:
Según estimaciones de McKinsey, la IA podría agregar entre 13 y 15 billones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB) global para 2030 (en 2025, se espera que las industrias de tecnología, salud y manufactura lideren este crecimiento). Aunque la automatización desplazará algunos puestos de trabajo, también creará nuevas oportunidades en áreas como el diseño de algoritmos, ética tecnológica y gestión de datos.
Es posible identificar tres grandes actores que, por su inversión e influencia, seguirán marcando el derrotero de la IA en el futuro.
El reto principal radica en convertir las reflexiones y aprendizajes de 2024 en acciones concretas que guíen el desarrollo y la implementación de la IA hacia un modelo más ético e inclusivo. Los desafíos incluyen la privacidad de los datos, la discriminación algorítmica y la desinformación, aunque los mayores retos se centran en implementar marcos regulatorios, reducir la desigualdad digital y económica, así como fomentar el debate público sobre los ámbitos de acción de la IA en la sociedad.
A esta agenda se suma la discusión filosófica sobre hasta dónde debe llegar el uso de la IA y en qué punto se encuentran los límites de sus capacidades, lo cual merece especial atención, pues no todo es tan sencillo como parece.
Los límites de la IA son humanos y sus capacidades llegan hasta donde alcanza su corpus de conocimiento que, en su mayoría, proviene del saber humano.
¿Ofrece la IA la redención en la tierra de todos los males que padece la humanidad?, se pregunta Enrique G. Gallegos, filósofo y ensayista mexicano. Entre los círculos filosóficos, la discusión comienza a surgir; los apologistas de la IA, que prometen modernización, vanguardia, progreso, mejoría, libertad, desarrollo y una gloriosa humanidad liberada de todos los males, no son otros más que los grandes monopolios dueños de los negocios tecnológicos. El discurso es fetichizador, afirma Gallegos, “pues a la par del mundo utópico que ofrece la IA para algunos sectores, ofrece uno distópico para la mayoría de la clase trabajadora”.
El fetichismo de la IA consiste en conferirle atributos mágicos, sobrenaturales y casi divinos. Es este encantamiento o devoción lo que ciega el juicio del observador; mientras se destacan sus indudables beneficios en distintos ámbitos, revestidos con una gruesa capa de eficiencia, crecimiento económico e, incluso, humanismo; se ocultan aspectos como las lucrativas ganancias de las empresas tecnológicas, la desinformación, su aplicación en la guerra, su contribución al cambio climático, la adicción a la tecnología y la cosificación de las personas.
Una cuestión aparte es la capacidad de la IA: ¿de qué es capaz y hasta dónde llegan los límites de sus capacidades? La respuesta más acertada es que no tenemos datos para dar una respuesta significativa; sin embargo, recurrir a sus raíces etimológicas puede darnos luz.
Fetiche proviene también del latín facticius, que significa artificial o hecho por el hombre. Apoyándonos en esta etimología, podemos afirmar que sus límites son humanos y que sus capacidades llegan hasta donde alcanza su corpus de conocimiento que, hoy en día, en su mayoría, proviene del saber humano vertido en Internet. En otras palabras, las respuestas que ofrece la IA son posibles porque alguna persona ya las proporcionó con anterioridad.
La IA en 2025 será un reflejo de nuestras elecciones colectivas; la ética, innovación y regulación determinarán si nos acercamos a un futuro utópico o distópico. Resultará clave tomar conciencia de los límites de su uso y no cegarnos, como humanidad, ante el fetiche que representa.
En la última escena de The Last Question, ya en un futuro distópico, el último sobreviviente de la raza humana le pregunta a AC (descendiente definitivo de Multivac) cómo revertir la entropía del universo que, para entonces, ya ha quedado sin energía y en la oscuridad total. AC, tras un largo proceso de cálculo, llega a la respuesta, pero no tiene a nadie a quien comunicársela, pues el universo ha muerto. Por lo tanto, decide responder mediante una demostración. La historia termina con esa demostración, un pronunciamiento de la máquina: "¡Hágase la luz!", y la luz se hizo.
Volverse irremplazable en la era de la IA no es superar a las máquinas, sino destacarse con creatividad, pensamiento crítico y conexión auténtica.
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